La estructura no es la taxonomia - Juan Ritvo
Un poco por todos lados nos topamos con críticas a las “tipificaciones mórbidas” y a la “psicopatología freudiana”, críticas que invocan el detalle, la singularidad (singularidad que muchas veces es asimilada a un fonologismo ignorante), los márgenes de las demarcaciones “rígidas”; críticas que a veces son tácitas, pero no menos efectivas, como cuando se exploran viejas e imprecisas nociones, sin remitir en ningún caso a las clásicas estructuras freudianas.
Pero, ¿no se ha confundido la estructura con la taxonomía, la patología del acto con la especie clínica, llevando así al brete del empirismo que no tiene otro límite que el fantasma del analista?
Es cierto: hay una psicopatología –a la que Freud y el psicoanálisis no han sido por cierto inmunes– para la cual el diagnóstico se consuma al subsumir un caso bajo la especie mórbida correspondiente, concebida ésta como una colección de rasgos exteriores los unos a los otros – partes extra partes– que se disponen según la tabla de presencias y de ausencias: si tiene memoria nítida, entonces es.....; si padece de amnesia, entonces es.... tan cierto como que quienes sostienen el discurso antipatológico, se limitan a leer algunos textos escolares del propio Freud, pero hace rato que no indagan, pongo por caso y no es un caso cualquiera, Inhibición, síntoma, angustia, donde la noción de “clase patológica” –colección de particulares unidos por ciertos rasgos generales– es reemplazada por la de serie1 –respuestas diversas y ubicadas en una distinta relación de complejidad con respecto a una encrucijada inicial del deseo–, que es algo muy distinto; y lo es porque, decisivamente, es propio de la serie resolver situaciones mediante un giro (Wendung) que realiza alternativas que bajo ningún punto de vista están saturadas de antemano. Así, el paciente actúa gracias a una combinación que las series complementarias permiten pensar como una conjunción única y a la vez ejemplar del azar y la necesidad a posteriori.
La trivial oposición de singularidad y estructura es tan pobre como la tortilla que, como diría James, ni siquiera tiene dos miserables huevos.
En “Subversión del sujeto”, la estructura es concebida a partir de la falta de significante, la que no puede ser colmada por el significante cero. Ahora bien, esa falta paradójica –sólo se puede inscribir la imposibilidad de inscribirla, del lazo de la muerte con el sexo sólo podemos inscribir su imposibilidad de inscripción– ¿no designa, acaso, el lugar hueco del futuro sujeto?
La estructura sólo se completa descompletándose con el rasgo que singulariza pero no tipifica al sujeto de la enunciación. Y es así porque las estrategias contrastadas que definen las figuras clínicas2 –el obsesivo difiere la desaparición del sujeto imposibilitando el deseo del Otro; la histérica preserva la insatisfacción pero al precio de sustraerse como objeto– admiten diversas lecturas –no cualquiera, en modo alguno cualquiera, pero sin que sea posible hacer un inventario exhaustivo de ellas– que forman siempre un conjunto disjunto de las singularidades; ellas no ilustran un tipo, realizan un estilo patognomónico según modos inéditos y lo hacen por una razón que no es de fácil explicación, aunque tenemos que intentar reducirla a su elemento más simple; si la neurosis busca determinar ( controlar) lo que hay de fatalmente indeterminado en el cruce de la sexualidad y de la muerte, los fracasos y los hallazgos sintomáticos del proyecto modalizan aspectos impredecibles de la acción significante.
Diagnosticar no es subsumir, sino trazar las alternativas actuales de la repetición del acto para cada cual; y las alternativas, ya se sabe, aunque se desconozca, pensadas desde la tríada freudiana de inhibición, síntoma y angustia, vuelta a formular como basculación del acto entre el acting y el pasaje al acto, pensadas entonces desde la estructura, están abiertas al margen de libertad3 que es inherente a la acción significante.
1. En el capítulo quinto de la edición alemana del texto de Freud mencionado, se emplea el verbo anreihen, que significa “enfilar”, “colocar en serie” y que Etcheverry traduce adecuadamente “en una misma serie”: la serie que forman, como se sabe, la histeria de conversión y la de angustia.
2. Es parte esencial de dichas figuras la trama delicada de los mecanismos argumentales y temporales, ambos a una, que Freud ha descubierto en la neurosis obsesiva en particular – anulación retroactiva, preterición de la decisión, etc – y que Anna Freud, en su conocido trabajo, degradó a simples “mecanismos”, cuando en verdad son la sustancia misma del “tiempo lógico” en la neurosis.
3. La expresión ‘margen de libertad’ pretende evocar, rápidamente, la expresión de Lacan “ese poco de libertad”, que necesita de explicitación, desarrollo y hasta de rectificación para que el análisis no retorne al ciego positivismo que fue la marca del posfreudismo; y aunque difiero de sus elaboraciones, para mi gusto demasiado puntual e insatisfactoriamente escolares y así sin sentido de la compleja dimensión significante, suscribo totalmente el comienzo de un libro de Diana Rabinovich: “... si el psicoanálisis no abre para cada sujeto hablante la posibilidad de ese ‘poco de libertad’ como lo denomina Lacan, su ejercicio deviene una mera estafa” ( “El deseo del psicoanalista”, Manantial, pág. 9) La libertad tiene grados en Lacan, desde la “bolsa o la vida” ( hay, es sabido, quienes prefieren perder la vida antes de que les roben su auto, causa y sentido de su vida) hasta el “salto” en el sentido kierkegaardiano, que es propio del acto, particularmente del acto de fin de análisis. La determinación insuficiente de la estructura es, en todos los casos, causa de libertad, del mismo modo que el equívoco de la ley es causa de interpretación.