Vindicación de la psicopatología - Juan Ritvo

24.03.2016 08:30

Desde hace un tiempo en este lado del mundo y en aquél (obvio: París), se suele decir, con mayor o menor énfasis, que la psicopatología obstruye la clínica hasta terminar por doblegarla.

Una forma sutil de esta posición la muestra Philippe Julien cuando sostiene que la histeria no es una neurosis sino un discurso; con lo cual empobrece, a la vez, las nociones de discurso y de neurosis.1

Creo que hay, en estas alegaciones y de un modo tan implícito como efectivo, una confusión entre psicopatología psicoanalítica y psicopatología psiquiátrica. Esta última es taxonómica y su tarea fundamental consiste en subsumir un caso particular en una regla general. La psicoanalítica es, antes que nada un “trayecto”, es decir un curso de navegación (utilizo figuras de Serres) que tiene que bordear obstáculos, franquear pasos y, sobre todo, tomar decisiones en momentos cruciales, que son los momentos en que emerge ese “poco de libertad” de que nos habla Lacan. No es una colección de rasgos fijos que operan gracias a un método de presencia y de ausencia (si padece amnesia, entonces tal y cual cosa; si no la padece, entonces esto otro...; si se calla para no ser repetitivo, entonces...), sino un instrumento flexible para saber lo que es posible saber, lo que es necesario aquilatar y los límites de la imposibilidad, de tal modo que en cada caso sea posible situar a las alternativas del analizante en función de la tríada acto, pasaje al acto, acting-out; y ya se sabe, el acto está entre el acting y el pasaje, del mismo modo en que el síntoma está entre la inhibición y la angustia.

(Síntoma y acto: términos medios que se borran para pasar a los extremos y al mismo tiempo para sostenerlos; a la vez, el síntoma coagula el acto y es condición de posibilidad de éste. La psicopatología psicoanalítica, si es algo, es una nosografía del acto, lo cual supone considerar lo que hay de real en el afecto, la deriva sin inscripción y la inscripción sin deriva, que habitualmente hemos calificado de “fijación libidinal”; supone, también y decisivamente, redistribuir el campo del acto en relación al goce, tarea que, por cierto, nos remite a un momento clave de la elaboración lacaniana: el seminario La Angustia, el que se conecta, más allá de las falacias de la cronología, con la bolsa del cuerpo, ese cuerpo humoral transido de agujeros y de remiendos que Lacan retoma de la vieja medicina mítica y lleva a sus últimas consecuencias en el seminario El Sinthoma, cuando proclama que la palabra puede ser, y de hecho es, un cáncer que prolifera en el sujeto y lo corroe. ¿Podemos integrar esta perspectiva con las disyunciones alienantes que siempre hacen del acto analítico, de sus antecedentes y de sus consecuentes, una encrucijada del sujeto antes que una ubicación estática en el campo de la enfermedad?)

 La oposición que suele hacerse entre la estructura ( rigurosamente hablando es la estructura del rasgo unario, autodiferente y por lo tanto privado de origen y destino) y singularidad es algo a mi juicio insostenible y ruinoso para la clínica. La correlación entre el significante de la carencia y la carencia radical de significante, que es suplementaria y no complementaria2, correlación que hace a la esencia del rasgo y de su vínculo con lo imposible, dibuja en la estructura el lugar en hueco del sujeto, el que al ocuparlo queda, por un efecto paradójico, fuera del conjunto y al mismo tiempo comprendido en él.

Así, diagnosticar no consiste en subsumir un ejemplar en una clase nosográfica, sino en delinear lo que más arriba llamé trayecto: el trayecto de alguien situado frente a sus alternativas.

Debemos, sin duda, separar la clínica de la psicopatología, pero para permear a ésta en el máximo grado posible por aquélla, no para instaurar un empirismo sin principios, sostenido en la genialidad posmoderna de psicoanalistas inspirados: es el camino ya transitado por tantos para abjurar, en nombre de lo políticamente correcto, de la paternidad y de la castración.

 

1. Julien, Philippe, Psicosis, perversión, neurosis, Amorrortu, Buenos Aires, 2002. El autor sostiene que no es una neurosis porque instituye un lazo social que muestra lo imposible de la posición del Amo.

¡Son justamente las características de la neurosis histérica, que no es una neurosis entre otras sino el lenguaje de la neurosis como tal! ¿Julien supone, acaso, que la neurosis no es un lazo social?

2. Quiero decir: la carencia de significante no es recubierta por el significante fálico de carencia, porque este último se constituye como el menos en demasía de ese demasiado en menos que es el primero; tan demasiado en menos que ya ni el signo menos puede designarlo.